Vive tranquilo en la cultura del miedo, donde algunos sólo saben ponerte la bota encima

En nuestra sociedad el miedo es un factor importante de supervivencia. Desde pequeños nos advierten continuamente de los innumerables peligros que nos acechan, casi siempre comenzando la frase con la palabra “No”: no toques eso que te quemas, no corras, no cruces sin mirar, etc. Y nos criamos desarrollando la consciencia de lo que está bien y es positivo, y de lo que está mal y no debemos hacer.
A medida que nos hacemos mayores, y en función de cómo hayamos interiorizado ese miedo, aprenderemos una serie de comportamientos para afrontar las situaciones cotidianas. Y así, si todo ha ido bien, nos comportaremos como buenos ciudadanos que respetaremos a los demás y a las leyes. Así todo, y conociendo que existen límites que no se pueden pasar, porque la sociedad ha establecido medidas coercitivas y punitivas, a veces nos saltaremos las normas y nuestros actos podrán ser castigados: aparcar en doble fila, exceso de velocidad, no pagar una deuda, etc.
A largo plazo, gracias a la consciencia de saber diferenciar el bien y el mal, podemos movernos en nuestra sociedad con mayor o menor soltura. Los hay que siempre van saltándose los límites, y parece que no les ocurre nada, hasta que caen; y los hay que son tan estrictos en el cumplimiento de bien, que son incapaces de ser flexibles en determinadas situaciones, y les perjudica también.
La mayor parte de las personas tratan de seguir la legalidad y, como tienen miedo a las represalias del sistema, cumplen con las normas tanto por consciencia como por miedo al castigo. Otros están siempre jugando al límite, o incluso siendo claramente ilegales, a pesar de conocer de antemano cuáles pueden ser las consecuencias de sus acciones. Y todo acto tiene consecuencias.
El problema surge porque en un mismo entorno social conviven los que tienen miedo, y sólo quieren seguir con su vida tranquilos, y los que no, que son capaces de atropellar al que sea con tal de alcanzar sus objetivos. A unos los podríamos llamar “ovejas”, y a los otros “lobos”.
Las ovejas son ciudadanos normales preocupados por sus vidas diarias, respetando generalmente las normas y sin meterse con los demás. Los lobos, que se creen por encima de la ley, están siempre actuando sin importar hacer daño o cometer ilegalidades. Ya sea en la vida familiar o profesional, los lobos son despóticos y agresivos, creando el mal a su alrededor.
El problema es que a las ovejas no se le ha enseñado a defenderse, porque una cosa es que tu seas buen ciudadano, y otra que te tengas que dejar machacar por el sistema o por otras personas. Como desde pequeños se te ha inculcado el miedo, en cuanto te encuentras en una situación “violenta” prefieres retirarte y agachar la cabeza antes que luchar por tus legítimos derechos a vivir en paz. Tienes miedo al enfrentamiento. De eso se aprovechan los lobos, que te devoran sin compasión. Y tú puedes seguir en esta situación durante años, sumido/a en una situación de debilidad y depresión.
El otro problema es que los lobos generalmente lo son por propio carácter. Por mucho que los castiguen o los restrinjan siempre buscaran la forma de seguir adelante, haciendo daño a los demás. Incluso aunque logren detenerlos, ellos/as seguirán pensando que tenían razón, y que “el fin justificaba los medios”.
Afortunadamente no todo está perdido. En nuestra sociedad han surgido numerosos apoyos a los ciudadanos para que puedan protegerse de las agresiones de los lobos (personas, empresas, administraciones). Y así han surgido personas y organizaciones de todo tipo cuyo objetivo principal inicial fue la defensa de los ciudadanos, como las asociaciones de consumidores, los sindicatos, los organismos de protección a las víctimas, etc. A estos los podemos denominar “pastores”, tratando de defender al resto. Y también ha surgido numerosa legislación que trata de proteger al ciudadano/a de a pie de los abusos. Lo que ocurre es que a veces estas organizaciones también se convierten en lobos, y estas leyes a veces se quedan en papel mojado.
Por eso no podemos esperar que desde fuera nos defiendan, debemos aprender a hacerlo nosotros mismos. Para ello la regla número uno es perder el miedo, y estar dispuesto a luchar. Con tranquilidad y buenos modales, sin perder las formas, pero siendo contundente en la defensa de tus derechos. Aprende a decir “NO”. Puedes ser un ciudadano ejemplar, pero que “no confundan amabilidad con debilidad”.
Este camino no es fácil, porque desde pequeño te han enseñado a tener miedo y a respetar en demasía a los demás, y tienes la sensación que luchando vas a hacer daño a alguien, sin darte cuenta que si no luchas quien se está dañando eres tú mismo/a. A veces basta con “enseñar los dientes” para que los lobos te dejen en paz, y tú puedas seguir con tu vida. Otras veces tendrás que incluso batallar judicialmente, en una larga y penosa travesía que parece no tener fin, pero si tienes la ley de tu parte al final lograrás librarte del lobo.
Si eres emprendedor no puedes vivir con miedo, tienes que tomar muchas decisiones y tratar con demasiadas personas y organizaciones como para ir con la cabeza agachada. Luchar por lo que quieres conseguir es totalmente legítimo, y lo puedes hacer sin hacer daño intencionado a nadie. Y por supuesto que cometerás errores, y no tampoco trataremos siempre a los demás correctamente, pero para eso tienes tu saber estar y tu integridad moral, para disculparte si es necesario, porque “Más vale pedir perdón que pedir permiso”.
Así que como emprendedor hay que ser testarudo, pero también adecuado en las formas. No se trata de ir atropellando a los demás para conseguir tu sueño. ¿Qué vida quieres vivir? Si es una en el que todo el mundo se trate bien y con respeto, tú eres el primero que debes hacerlo. Apóyate en los demás en lugar de apartarlos de tu lado. Trata a todo el mundo con amabilidad. Eso sí, no dejes que nadie te ponga la bota encima. Crea Tu Futuro y disfruta del camino. Será duro, pero será tuyo. Y empieza hoy. ●