Superempresarios: no tratéis de controlar el mundo o el estrés os matará

Por Matías Fonte-Padilla
Los empresarios y empresarias son personas extraordinarias. Porque saben cuál es su destino.
La mayor parte de las personas en edad de trabajar no saben muy bien lo que quieren hacer con su vida, ni hacia dónde dirigirla. Quizás tengan un trabajo, pero están en él porque no hay otra cosa, porque tienen un horario cómodo, unas buenas vacaciones, o porque cobran a final de mes. No se plantean ninguna meta, como mucho quedarse donde están. Se vuelven conformistas, y pasan el resto de su vida lamentándose porque no llegaron nunca más allá. Tuvieron sueños, sí, pero quedaron olvidados y descartados. Sueñan con jubilarse, y a medida que va llegando ese momento se sienten más felices, por fin van a descansar. Y al final de la vida laboral se quedan cobrando una mísera pensión que no compensa tantos años de sufrimiento y sacrificio en un trabajo en el que a lo mejor estaban cómodos, pero que no llenó sus vidas. Por supuesto que se sienten orgullosos de haber dado sus mejores años a la empresa X, de la que ya se sienten parte, aunque en realidad sea solo un proceso de auto convencimiento de que hicieron lo correcto, porque vida sólo hay una, y necesitan justificarse.
Sin embargo los empresarios son hombres y mujeres con visión de futuro. No sólo es que quieran llegar a lo más alto, es que son capaces de lanzarse a la piscina e intentarlo, una y otra vez, aunque fracasen. Ser emprendedor no es un empleo, es una forma de vida. Por supuesto que buscan el éxito, pero son inconformistas. Luchan diariamente por mejorar su negocio, sus productos, sus servicios, su publicidad, sus relaciones, disfrutando de la sensación de sentirse su propio jefe, dominando su futuro. Tratan de hacer realidad sus sueños, pero se estallan contra la cruda realidad, que les pone la pata encima una y otra vez, sin apenas dejarles respirar. Pero siguen adelante, porque saben que es el único camino posible. No piensan en el horario, ni en el sueldo, ni en tener vacaciones. En su cabeza no entra la palabra jubilación, ni piensan en cobrar una pensión. Se ven de mayores disfrutando de su triunfo, pero siguiendo trabajando en él, activos hasta el día que pongan un pie en la tumba. Pero muchos no alcanzan su objetivo, sus negocios y su plan de vida salen mal, y terminan arruinados o trabajando en puestos y por salarios muy inferiores a los que merecen. Muchas veces se quedan estancados en un negocio poco productivo que lo único que les da es un mísero sueldo trabajando todo el día. Aun así, saben que han hecho lo correcto, porque luchar por tu sueño es el único camino posible. Y si logran su objetivo, algún día se verán limitados por ese cuerpo que tanto han machacado, de forma que tiene que abandonar o delegar en otras personas esa empresa que con tanto sufrimiento han mantenido, y quizás para ver como quién coge el relevo destruye rápidamente lo que tanto costó levantar.
Los emprendedores tenemos una alta autoestima, que es lo único que nos permite seguir adelante le pese a quien le pese. Y nos gusta que todo se haga según el plan que tenemos en nuestra cabeza. Nos cuesta aceptar sugerencias tanto de externos como de empleados, y solo introducimos los cambios que nosotros consideramos correctos. Llevado al extremo nos volvemos soberbios, controladores, manipuladores, obsesivos compulsivos de un negocio en que las cosas se hacen así “porque lo digo yo”. Queremos tenerlo todo bajo nuestro control, y nada se puede hacer sin previa supervisión. Y es por esto que los negocios se atascan y fracasan. Porque un negocio es mucho más amplio y complicado que una sola persona.
Sacar adelante un negocio tratando de controlarlo todo sólo lleva al estrés y al desgaste del emprendedor. A la larga, la empresa se ve limitada y resentida por ese afán. Con el estrés llegan los nervios, las equivocaciones, el tratar mal a trabajadores, proveedores y clientes, el desgaste personal.
Porque la realidad se impone, y no se puede controlar, por mucho que queramos. Con quienes nos relacionamos son personas, cada una con su carácter, con sus limitaciones y sus miedos, con sus errores no intencionados y con sus acciones intencionadas. La economía fluctúa, los precios varían, el mundo vive en una vorágine continua que es imposible controlar. Por ello, por no saber relajarse y aprender a nadar en el mar embravecido de la empresa, muchos empresarios terminan destruidos, tanto física, mental como económicamente.
Cuando las cosas van mal, este tipo de empresarios se hacen la pregunta ¿Por Qué?… ¿Por qué a mí precisamente? ¿Qué he hecho yo…? etc. Le dan miles de vueltas a la cabeza al mismo problema, y se meten en un bucle del que no saben salir, perdiendo tiempo y energías en buscar los orígenes de algo que ya tiene consecuencias. Este camino erróneo solo lleva a su propia destrucción y hundimiento. Pensemos en un náufrago en medio del océano. Podría gastar toda su energía en pensar el por qué se hundió su barco, o en tratar de luchar contra el oleaje y la corriente, pero todos sabemos que lo que tiene que hacer es relajarse y dejarse llevar por el mar embravecido, porque el objetivo es mantenerse a flote y sobrevivir el mayor tiempo posible, hasta que las circunstancias mejoren. Pues es así como tenemos que pensar cuando nos veamos en graves problemas, simplemente seguir adelante, porque todo pasa y donde no vemos una solución hoy, hay que estar seguro que el sol saldrá mañana igual de brillante. Tomando pequeñas decisiones correctas, con tranquilidad, sin tratar de solucionarlo todo de golpe.
Recuerda que el objetivo es que tengas éxito como emprendedor, y eso nada lo puede destruir. Es un proyecto de vida, no un empleo por unos años. Así que no te autodestruyas. Cuida tu cuerpo y tu mente, toma decisiones coherentes con tranquilidad, y deja que el oleaje de la vida te sacuda, aprovecha ese vaivén a tu favor, recuerda que cada problema es sólo un aprendizaje que te permitirá crecer si tienes los ojos abiertos para aprender la lección. Mucha suerte en este mar tormentoso, y recuerda que no se trata solo de saber navegar bien, sino de conocer cuál es tu destino e ir hacia él, aunque sea dando un buen rodeo lleno de altibajos. ●