Lograr el éxito, ¿con talento o con esfuerzo?

Cuando analizamos los casos de personas que han tenido éxito en la vida, prestamos demasiada atención a sus cualidades individuales y no tanto a su entorno. Cuanto más miran los psicólogos las carreras de los mejor dotados, menor les parece el papel del talento innato, y mayor el que desempeña la preparación. De hecho, los investigadores se han decidido por lo que ellos consideran es el número mágico de la verdadera maestría: diez mil horas. Malcolm Gladwell escribió sobre esa cifra en su libro titulado ‘Los fuera de serie. La historia del éxito’.
El autor dice que para alcanzar la excelencia, se debe tener una acumulación de 10.000 horas de práctica, esto quiere decir 10 horas por semana en 20 años, 20 horas por semana en 10 años o 40 horas por semana en 5 años. Tendemos a ser simplista en el análisis, al relacionar directamente el éxito con el ingenio, pero parece que el reconocimiento tiene que ver más con el sudor que con una buena idea.
Gladwell cita ejemplos como el de The Beatles, cuyos componentes antes de que explotasen como fenómeno musical, practicaron mucho. En 1960, cuando no era más que uno conjunto rock de instituto, le invitaron a tocar en Hamburgo (Alemania). Allí, un empresario de barras americanas tuvo la idea de llevar grupos de rock a tocar en sus clubes, en espectáculos ininterrumpidos. Las bandas tocaban todo el tiempo, para atraer a un cuantioso flujo humano. The Beatles viajaron a Hamburgo cinco veces entre 1960 y finales de 1962, allí tocaron alrededor de 8 horas por noche, siete días a la semana, en más de 270 noches. De hecho, cuando tuvieron su primer éxito en 1964, habían actuado en directo unas 1.200 veces. Un número bastante mayor al que llegan la mayoría de los grupos de hoy en toda su carrera. Durante ese tiempo de formación, no sólo ganaron en resistencia, también debieron aprender una enorme cantidad de temas y hacer versiones de todo lo imaginable, no sólo de rock and roll, también de jazz.
Otro caso de éxito, que cita Gladwell es el de Bill Gates. En el momento de su adolescencia (en los años 70, cuando las computadoras eran raras), Gates tuvo la oportunidad de tener en su escuela, un equipo disponible para programar. Dedicó a la programación todas las horas posibles, incluso en sus vacaciones. Pero el dinero para el alquiler del equipo pronto se agotó. Entonces, una empresa local de software ofreció al club informático de Gates probar los programas de la empresa durante los fines de semana a cambio de tiempo de programación gratuitos. Posteriormente consiguieron el mismo trato con otra firma. Los cinco años que van desde octavo grado hasta el final del instituto, dieron a Bill Gates tiempo suplementario para practicar. Cuando dejó Harvard después de su segundo año de estudiante para probar suerte con su propia empresa de software, llevaba siete años consecutivos programando prácticamente sin parar.
Uno de los estudios más famosos a este respecto es el que llevó a cabo a principios de 1990 el psicólogo K. Anders Ericsson y dos de sus colegas en la elitista Academia de Música de Berlín. Allí dividieron a los violinistas en tres grupos: en el primero se encontraban las estrellas, los que tenían más potencial para ser músicos de talla; en el segundo, los que eran juzgados por sus profesores como simplemente buenos; y en el tercero, los estudiantes que tenían escasas posibilidades de acabar dedicándose profesionalmente a la música. A todos los estudiantes se les preguntó cuántas horas habían practicado aproximadamente con su violín desde la primera vez que tomaron uno. En los tres grupos la respuesta fue parecida: todos empezaron a tocar alrededor de los 5 años de edad, y todos practicaban unas 2 o 3 horas semanales. Sin embargo, cuando los estudiantes evocaron sus prácticas a partir de los 8 años de edad, empezaron a surgir diferencias. Los estudiantes del primer grupo respondieron que a esa edad duplicaron las horas de prácticas. A los 16 años, ya practicaban 14 horas semanales. A los 20 años era posible que algunos ya practicaran unas 30 horas semanales.
Todos los estudiantes que habían practicado ese gran número de horas (alrededor de las 10.000) pertenecían al primer grupo, al grupo de las estrellas. Ninguno que practicara menos podía colarse allí, y viceversa. Los miembros del segundo grupo sumaban como máximo 8.000 horas. El tercer grupo, apenas 4.000 horas.
Por contra, investigadores de la Universidad de Vanderbilt cuestionaron la verosimilitud de la teoría de las 10.000 horas. Un estudio que realizaron al respecto concluye que el intelecto nacido del talento, no de la práctica por fuerza bruta, son los que hacen el mérito adicional. Los investigadores hicieron un seguimiento de los logros educativos y laborales de más de 2.000 personas que, como parte de una búsqueda de talentos jóvenes, tuvieron una calificación por encima del 1% en el SAT a la edad de 13 años. “Los que están en el percentil 99,9 – el talento profundo -” tuvieron entre tres y cinco veces más probabilidades de obtener un doctorado, obtener una patente, publicar un artículo en una revista científica o publicar una obra literaria “ que los que estaban en el percentil 99,1”. ●